_ Abandonará el hombre a su Padre y a su Madre… (2006).


A Carmen, pel futur.


…y se unirá a su mujer. Y serán los dos una sola carne. Así se nos relata en el pasaje de la Biblia que habla de la creación del hombre el origen de la figura del Matrimonio para las personas. Y es que no hay institución en el mundo que sea tan universal como el hecho de que un hombre y una mujer vivan en una unión de cuerpos y de almas, con un proyecto de futuro en común, en el que se engloba la vida cotidiana en común, el compartir una serie de ingresos y gastos en común, la tenencia de hijos en común... En definitiva el compartirlo todo, y tenerlo todo en común. Todas las religiones, todas las legislaciones, en definitiva todas las sociedades existentes en el mundo lo regulan de una manera o de otra. Es lo que en derecho romano se denominaba el ius connubis, un derecho universal , innato en las personas por el cual todos tienen derecho a contraer matrimonio. En la Constitución Española, así como sobretodo en el Código civil es donde se regula en la actualidad de una manera pormenorizada la figura del matrimonio.

Hablaremos acerca del matrimonio en nuestra Villa de Paterna, porque, si bien son las leyes las que lo regulan, es la costumbre quien lo modela en cada lugar dándole algún toque peculiar que lo distingue del de los pueblos que nos rodean. Vemos que no hay mucha diferencia entre la forma de celebración entre ellos. Ni siquiera en la forma de celebración de entonces, principios y mediados del siglo veinte, a la forma de celebración de ahora, principios del siglo veintiuno, si bien es importante destacar la fastuosidad de las bodas actuales, debido a la prosperidad económica en la cual se vive, a diferencia de tiempos pasados, en los cuales no había tanta abundancia de todo como la hay en la actualidad.

Para que dos personas lleguen a conocerse y que ese conocimiento concluya en matrimonio, deben de darse una serie de circunstancias de atracción física mutua, de conocimiento y reconocimiento mutuo, así como de interés mutuo, que en Paterna solían surgir por lo general, bien en Pascua cerca de la Fuente del Jarro, donde iban los jóvenes de la época a comerse la mona en rogles o en Agosto, en las fiestas en honor al Santísimo Cristo de la Fé y San Vicente Ferrer. El chico, para demostrar su amor, en el mes de mayo, junto con su grupo de amigos, preparaba en la puerta de la casa de la chica una enramà con hierbas aromáticas y pétalos de flores. Los más atrevidos, incluso se arrancaban con alguna albà que otra. Una vez el chico y la chica llegaban a la conclusión de que había chispa entre ellos, venía el demanar la entrà en casa al padre de la novia. Entonces, pasaban a ser oficialmente novios, y ello le autorizaba a él a ir a su casa a recogerla y devolverla a la hora acordada, e incluso algún día quedarse a cenar en casa de los padres de la novia. Era la época del festeig, en la que todo es bonito y maravilloso, desde la manera de andar de el, hasta la gracia de hablar de ella.

Ese conocimiento se convertía en noviazgo y posteriormente, concluía en matrimonio. Es cuando comienzan a conocerse oficialmente las familias de ambos, así como comienzan a hacer y tener cosas en común. Era costumbre que fuera el hombre el que aportase la casa al igual que los muebles, normalmente elaborados en casa Gadea, así como que fuera él el que pagara el convite en el Casino de la plaza. La mujer era la que aportaba el dote, la dot o l’aixovar, compuesto por sábanas, ropa de cama, cortinas y todo tipo de lencería para la casa. De esa manera iban preparando el que sería su futuro hogar.

Al final, llegaba un día en el que se celebraba la pedida de mano. En casa de la novia, por la tarde - noche se reunían los novios, sus padres y los hermanos, y se concretaban los detalles de la celebración de la boda : El día, la hora, los invitados, el lugar, el viaje de novios… También se intercambiaban regalos. Normalmente el novio solía regalar a la novia alguna joya, o el traje, y la novia le regalaba al novio los gemelos y la aguja de la corbata para lucirlos el día de la boda.

            Llegado el gran día, era costumbre que, a la hora convenida[1], acudiera el novio junto con los familiares y amigos a la casa de la novia a recogerla para ir juntos a la Iglesia. Normalmente la calle se llenaba de vecinos y de curiosos para ver salir a la novia con su vestido blanco y el velo del mismo color. Una vez ya organizados en comitiva iban cogidos del brazo encabezando el cortejo nupcial la novia y el padrino, normalmente el padrino de pila del novio, a continuación el novio y la madrina, normalmente la madrina de pila de la novia, y detrás todos los invitados que, a pie todos, recorrían el trayecto desde casa de la novia hasta el Templo.

            Una vez en la Iglesia de S. Pedro Apóstol, la única que existía por aquel entonces en Paterna, se celebraba el rito del matrimonio dentro de la Eucaristía con el tradicional “Si quiero” manifestado por los novios de una manera clara y concisa, la recíproca introducción de anillos en el dedo anular izquierdo y el posterior intercambio de arras como símbolo de prosperidad. La ceremonia nupcial solía celebrarse a los pies del Santísimo Cristo de la Fé, en su capilla. Tras la firma del Expediente Matrimonial, se salía a la calle por la nave principal del templo, donde, en la puerta del mismo les esperaba una lluvia de arroz, que poco a poco ha ido convirtiéndose en una tormenta de macarrones, fideos, hilos de spray, pétalos de rosas, lenguas de corcho,…

            Una vez recibidas las felicitaciones de todos los presentes se acudía al convite en el casino de la plaza, donde se procedía a comer lo acordado, normalmente una taza de chocolate, pepitos de fiambre y de pisto y la posterior tarta nupcial. No hay que olvidar que la ceremonia solía concluir a media mañana. Más que una comida, era, más bien un buen almuerzo, cada uno de acuerdo a la economía de los contrayentes. Concluía este ágape con la entrega de regalos para los invitados : Puros para los hombres sufragado por el padrino, y un detalle más bien femenino, para las mujeres, sufragado por la madrina. Después, las familias iban a comer a casa del novio, donde se había guisado una suculenta paella, regada con un buen vino y con un buen café, unos buenos cachaps y un buen puro.

            Tras la esperada noche de bodas, se llevaba a cabo el viaje de novios al lugar elegido, que los touroperadores de entonces ofrecían : normalmente Madrid o Palma de Mallorca, donde disfrutaban de ocho días de viaje. Una vez de vuelta a casa, comenzaba una nueva vida, la de casados, en su nuevo domicilio, en su nuevo hogar.

           

Alejandro Llabata Lleonart.


[1] Normalmente solía ser a las ocho o las nueve de la mañana, salvo que los contrayentes llevasen ellos el sacerdote, que solía ser un familiar o un amigo, en cuyo caso podía retrasarse a las once o las doce de la mañana.


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